martes, 19 de enero de 2016

La batalla del día a día

Suena la alarma del móvil. Silvia lo coge y la postpone 10 minutos más. No quiere levantarse. No puede. su alma le pesa tanto que no sabe de dónde sacar la fuerza para seguir adelante. en su desordenada cabeza aparecen pensamientos contradictorios. 
Finalmente, aunque de forma muy lenta, saca un pie de la cama, se calza sus zapatillas de ositos y empieza a dar los primeros pasos del día. 
Se dirige al baño y se observa en el espejo.La figura que ve no ayuda a mejorar sus ánimos: una coleta
alta despeinada y restos del lápiz de ojos que se ha mezclado con sus lágrimas nocturnas. 

Una vez en la cocina, se prepara un café que en el subconsciente le haga creer que con eso ya va a activarse. Pero el problema no lo tienen los alimentos, sino esa mente que le atormenta sin cesar y le quita la vitalidad. 

No sabe qué ponerse. Todos los días se encuentra con el mismo dilema. Al final, es la hora de salir y coge un pantalón no muy ajustado que disimule su silueta y un jersey poco llamativo para pasar desapercibida entre la multitud. 

La jornada de trabajo se hace larga. Tener que fingir ser otra persona delante de los compañeros y soportar quejas continuas. Lo bueno es que en algún momento, por fuerza mayor, se cree que es ese personaje de felicidad constante y energía inagotable al que interpreta y hace que alguna hora sus fantasmas no acechen. 

De vuelta a casa, sujeta su móvil con una mano mientras la otra se agarra a la barra del metro. El vaivén le suele hacer estar tranquila, aunque hoy parece que todos se han puesto de acuerdo para subirse al tren a la misma hora y el agobio de la multitud en el vagón, le produce más sensación de asfixia que la que ya empieza a volver a su cabeza de nuevo.

Mira el móvil. Sergio está conectado pero no le dice nada. Ni un solo mensaje desde hace dos semanas. Quizá ya ha encontrado otra chica con la que reemplazarla. Se siente triste, No puede evitar sentirse como un objeto usado por el género masculino una y otra vez. La culpa no es solo de ellos, ya lo sabe, La sociedad es la que marca los estereotipos y claramente ella no pertenece a ese grupo selecto de mujeres que llaman la atención. Al contrario, piensa que ella está en ese grupo al que pertenecen las eternas amigas, la maja que siempre está ahí pero con la que nunca habrá nada más. Solo puede resignarse. Apaga y vuelve a encender el móvil. Nada. Como si por tener el móvil en la mano fuera a recibir alguna señal. 

La desesperación se apodera de ella, mezclado con un toque de rabia e impotencia. Enciende su mp4 y empieza a escuchar canciones desconocidas para ella, que hacen que su atención se centre en entender la letra y así disuadir sus pensamientos. Parece que funciona, a ratos. Camina hacia casa. No tiene mucha prisa. Se pone cómoda, con su pijama suave y sus zapatillas y enciende el ordenador. el móvil lo mantiene a su lado, esperando que en algún momento suene. Las horas pasan y no hay ninguna novedad. 

Después de hacerse una cena algo escasa y de ver el comienzo de una comedia (las películas románticas y los dramas están abolidos, pues no quiere sentirse más engañada esperando ese amor que pintan tan maravilloso y fogoso ni observar tristezas de otros que la depriman más de lo que ya está), se va a la cama sin soltar el móvil, como si fuera a recibir ese mensaje justo antes de cerrar los ojos. 

Otro día más ha pasado, pone la alarma, apoya el móvil en la mesilla y se deja avasallar por las pesadillas.




 Es la eterna batalla del día a día.