Había muchos miedos e incertidumbres sin resolver cuando me dirigía a realizar el check-in para ir a Londres. Cantidad de macutos: 3 (maleta, mochila y bolso, a cual más lleno), vamos que con todos ellos encima era un manojo de bultos con una persona dentro. Peso de la maleta, 22'8 kg con un máximo de 23 kg (ufff). Maleta facturada, ahora tocaba despedirse de los padres, a los cuales no veré en un mes.
Pasamos la aduana (voy con mi pareja y su hermano, yo sola no me habría atrevido) y la vuelvo a pasar porque se me olvida sacar el ordenador del bolso.
Ahora nos toca coger un tren interno que nos lleve hasta la zona de embarque. Compramos una botella-lata de aceite en el dutty free ya que nos dijeron que aquí en Londres, eso del aceite está por las nubes, 8'50 euros, ya puede estar bueno.
En el avión todo bien, los azafatos eran todos guiris sin ningún conocimiento de inglés (perfecto! comienzo a practicar mi inglés). Gracias a las pastillas que me dio mi madre pude tener un vuelo tranquilo. Nos toca esperar por no se qué razón cuando ya estábamos en tierra londinense, pasamos la aduana y recogemos las maletas sin problemas.
Y cuando nos habíamos confiado de que nos estábamos manejando bien (llevábamos 20 minutos como mucho en tierra extranjera) empiezan los problemas: en la primera cabina que encuentro marco el número de la persona con la que teníamos que quedar para que nos diera las llaves, no existe. vuelvo a marcar y más de lo mismo. Pregunto a la de la limpieza, y nos dice que sin prefijo pero con 0 inicial. Vuelvo a probar, no me lo coge, me salta el buzón. Llamo a la academia, nada. Al número de emergencia de la academia, nada (pues vaya número de emergencia que no responden). Consigo que alguien me conteste (genial!!!), no le entiendo nada (pues estamos apañados) y me cuelga. Me suena el teléfono de la cabina, vuelvo a explicarle, él me entiende pero yo no, y me vuelve a colgar. Con cara de poker decidimos ir a la dirección de la casa por si se dirigiese hacia allí una vez que sabían que habíamos llegado.
La casa está vacía, estamos en la calle con todas las maletas y no tenemos ni idea de qué hacer. Llamo a mi padre, que estaba en España para que llame él a ver si se entera (vaya decepción tener que recurrir a esto era la última opción, pues todos sabemos que si llamas a tu padre para decir que no tienes casa, no te lo cogen y te cuelgan, no les das mucha tranquilidad).
Al fin llega un hombre que nos abre y nos enseña la casa pero ahí no acaban las cosas. Mi pareja se queda encerrada en el baño (ole ole ole) y para salir tiene que salir por una ventana y entrar por otra.
Nos vamos a hacer la compra, ya que el domingo no sabíamos si iba a estar abierto algo y cuando volvemos llega el cerrajero, con llaves de la casa (aquí por lo visto todo el mundo tiene llave de nuestra casa), y la conclusión a la que llega tras horas de intentar abrir la puerta es........ destrozarla y venir otro día a arreglar el destrozo.
Un primer día glorioso y digno de recordar a posteriores generaciones, si es que las hay y la memoria lo permite.
Firmado,
La sirenita
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