Pues bien, en mi caso, la música es mi yo. Será que vengo de una familia de músicos, que empecé desde bien pequeña a crear música (o a veces más ruido), que estudié una carrera relacionada con la música y que me dedico a enseñar el gusto por lo musical.
Hace ya unos cuantos años decidí ir yo sola a unas clases de baile que daban en mi barrio por la noche. Me llamaba la atención y mi hermano y mis padres ya bailaban algo. Así que como no encontré a nadie que quisiera probarlo conmigo, me adentré yo sola.
Creo que esto ocurrió en mayo del 2012, y a día de hoy, pese a haber habido muchos cambios en las clases (tanto de las personas como de los profes), sigo asistiendo cada semana.
Y es que en ese momento en el que escucho los primeros compases de una salsa o bachata, no puedo resistirme a sonreír y ya si es bailarla... todos los problemas se diluyen y SOY FELIZ.
Y lo digo bien alto y claro, bailar me hace inmensamente feliz, disfruto con cada paso que doy, con cada instrumento que escucho realizando ese ritmo característico de ambos estilos, de dar lo mejor de mi, desinhibirme, de vencer el miedo a hacerlo mal,de crear una conexión con la persona que bailas, de aprender siempre un poco más y de conocer gente que siente esa misma pasión y lo vive.
Se está tan a gusto, que no me importa llegar a casa después de cerrar la discoteca y saber que en 3 horas te tienes que levantar, pues tienes esa energía acumulada en tu mente que irradias felicidad.
No sé qué habría sido de mí si no llego a dar el paso de ir a las clases. Lo que sí se, es que lo necesito en mi vida como el agua es necesaria para vivir.
La mejor terapia para espantar los malos pensamientos y sonreir de nuevo. Recomendable para todos.
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